DONOSAS Y GRACIOSAS “LAS TRES GRACIAS” SAGRADAS
Plaza General Belgrano, “Las Tres Gracias”, copia en mármol de Carrara de la escultura de Antonio Canova realizada en Italia entre 1813 y 1816.
La muerte impidió que quien fuera emperatriz de Francia y encargara la escultura, pudiera admirar la versión original de Canova. Sin embargo, una mujer original, nuestra, abanderada de pobres y humildes, sí tuvo la oportunidad de detenerse algún instante de su frenética vida y extasiarse –o tal vez todo lo contrario– con la copia de “Las Tres Gracias” que estuviera en algún momento en la Residencia Presidencial.
Josefina, vizcondesa de Beauharnais ya divorciada de Napoleón Bonaparte y retirada en su mansión de Malmaison, la del “más bello jardín de Europa”, al cual estaba destinada la escultura, tuvo seria competencia con el muy británico duque de Bedford quien quiso comprar la obra y se tuvo que conformar con una segunda versión.
Sin embargo, a nosotros los porteños no nos es necesario visitar el “Hermitage” en Rusia o el “Victoria and Albert Museum” en Londres donde se encuentran ambas obras en la actualidad. Nos basta llegar hasta la Plaza General Belgrano y sobre la calle Cuba, algo retirada de la vereda, se encuentra la copia que quizá sí, o quizá no, mirara Evita mientras vivió en el Palacio Unzué.
La ficha número 74 de Monumentos y Obras de Arte de la ciudad me cuenta otro fragmento de la historia; su compra por parte de la Municipalidad de Buenos Aires en 1933 a una tasación de $ 3000 m/n –pesos que quién sabe cuánto equivalen hoy en día–, el emplazamiento original en Avenida Libertador y Maipú, el préstamo a la residencia presidencial hasta 1956, los traslados a la Plaza Emilio Mitre primero y a la General Belgrano en 1968.
¿Es la escultura una lengua muerta, como el artista italiano Arturo Martini escribiera? No parece, pues así como se han disputado la obra un lord inglés y una emperatriz francesa, lo mismo aquí dos barrios paquetes, Recoleta y Belgrano, se la pelean desde hace casi una década. Estas tres gracias viajeras tal vez inicien un nuevo recorrido y el día de mañana regresen a la Plaza Emilio Mitre a pedido de su Junta Comunal que solicita “se respete su derecho de volver a contemplar una obra de arte que perteneció a ese sector del barrio a partir del año 1938”. ¿Alguna confusión en los años de emplazamiento o existe otra copia de la obra tal como alguien me murmurara bien bajito?
Las observo: tres mujeres de pieles tersas y suaves, desnudos agraciados según los cánones estéticos de la época en las que fueron esculpidas, sostenidas en un solo pie y apoyadas entre ellas, se abrazan, se miran, se sonríen, juegan mientras una leve tela las une y cubre algunas partes pudendas. Eufrosine, Aglaia y Talía, las hijas de Júpiter o de Zeus, con miradas cómplices y formas sensuales fueron, quién sabe, tan sólo la excusa para que el artista rompiera con el esquema clásico en el que solían representarse las Tres Gracias.
Miro el entorno, el lecho de dos especies de plantas que simulan un malezal, una verja baja, en las esquinas cuatro pedestales que en algún momento sirvieron de apoyo a jarrones de bronce –me pregunto dónde habrán terminado–, una placa entre el yuyal, una tipa creciendo por detrás y en cada esquina por fuera del enrejado, inmensos plátanos que jamás han sido podados. Si hasta me parece que las Gracias se encuentran escondidas adrede para disimular tanta desnudez y erotismo, como sucediera con “La Fuente de las Nereidas” o “Creced y multiplicaos”, sociedad pacata la nuestra, pienso.
A lo largo de las décadas hubo numerosos reportes de actos vandálicos contra la escultura. Más de cincuenta años atrás un cuidador reportó “rayas y dibujos” trazados por menores que se trepaban a la escultura en un alarde de proto-grafitismo. Imagino también otro tipo de embestida contra la piedra de Carrara, arbórea y primaveral la savia resinosa de la tipa cuando “llora” y el polen volador de los plátanos.
Exploro perspectivas y descubro líneas visuales que se niegan a admirar la perfección de las Gracias. La mirada de Belgrano dirigida hacia la lontananza –si bien sospecho que querría echarles una ojeada de vez en cuando– y los ojos de la Inmaculada Concepción dirigidos con modestia hacia abajo, aunque de querer alzar la vista la tipa interrumpiría la visual hacia tan bellas mujeres. Más sugestivo me resulta ese punto inexistente entre la vieja recova y la Redonda, allí donde Ernesto Sábato situara la entrada al submundo de los ciegos en “Sobre héroes y tumbas”, pues aún si siguieran utilizando ese portal ellos jamás podrían acercarse a las Gracias ni extasiarse con sus formas. Por el lado de la calle Cuba, hacia donde ellas mirarían si alzasen sus cabezas, tan sólo el desaire de un límite amorfo y pueril entre museo y escuela.
Un instante más frente al grupo escultórico y comprendo por qué la interpretación de Canova fue considerada “más bella que la belleza misma” al decir de la época, y siento como si se desdibujara el entorno, se esfumara toda profundidad y se desvanecieran los ruidos del tránsito y de los andantes: sólo “Las Tres Gracias”, el verde otoñal que las rodea y el murmullo de risas gráciles.