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EL MONUMENTAL


Foto Iris Tonioni

River forma parte del ADN de muchos argentinos; lo heredé y lo llevo con orgullo. El pentagrama emocional de negras y corcheas siguen vibrando al son de sus cánticos: "El más grande sigue siendo River Plate", o “River Plate, tu grato nombre", según las épocas.

River es, fue y será un sentimiento y el Monumental un símbolo. Emplazado en la intersección de las avenidas Figueroa Alcorta y Udaondo, el Monumental, propiedad del Club Atlético River Plate, es el estadio futbolístico más grande de la Argentina. Construido en 1938 y ampliado luego, tiene una capacidad para setenta y seis mil personas.

Vaya si me acuerdo, los domingos en que River jugaba de local, nos levantábamos temprano para acompañar a papá a la cancha. Solíamos dejar el auto estacionado por alguna de las laterales y entrábamos por ese portón generoso, donde están los molinetes, que hoy, aunque con cambios, aún conserva. Recuerdo la caminata, a la izquierda el estadio, a la derecha las canchas de tenis; atravesábamos el hall central de piso de mosaico en damero y nos dirigíamos hacia la zona de parillas, para hacer nuestro almuerzo en unas mesas de cemento. Al llegar la hora del partido papá iba a la cancha y mamá se quedaba con mi hermana y conmigo, mientras jugábamos o mirábamos patinaje artístico o tenis en las respectivas canchas. Distinto era cuando íbamos en el verano, y en las horas del mediodía dábamos la vuelta al estadio por su parte cubierta, a la espera de que se hiciera la hora para ir a la pileta.

El estadio cuenta además con una pista olímpica de atletismo de cuatrocientos metros de largo, alrededor del mismo, donde los días en que no había entrenamiento ni partido, nos colábamos para dar la vuelta.

Ya más grande, allá por el año 1975, el viejo nos empezó a dejar ir a la cancha. River no ganaba campeonatos desde hacía dieciocho años y fue justo ese año, que rompió la mala racha.

También llamado Antonio Vespucio Liberti, en honor a quien fuera presidente del club y su mentor, el gigante de cemento tiene una arquitectura de vanguardia, de forma circular, con cuatro tribunas: la Centenario, la Belgrano, las más antiguas; y la San Martin y la Almirante Brown, las más nuevas

Según se cuenta en los orígenes había sido una herradura por falta de fondos para terminar el estadio, lo que luego, ya en 1958 se cerró gracias a la venta del jugador Enrique Omar Sívori.

En el hall central se lucen pinturas de Benito Quinquela Martin, como reminiscencia de su paso anterior por La Boca, y se encuentra la confitería enorme y de elegante diseño, donde tantas veces hemos esperado a que papá saliera de la cancha.

Son tantos los recuerdos que se entremezclan y no piden mucho permiso para salir.

Muchas de las cosas que sé me las transmitió mi padre. Datos como que el primer jugador que marcó un gol en el estadio fue Carlos Peucelle, quien, desde ese momento, pasó a ser un héroe del profesionalismo.

El estadio cobró su mayor posicionamiento cuando en 1978, fue sede del Campeonato Mundial de Futbol, en una época triste de nuestra historia nacional. Para el Mundial se construyó la tribuna Almirante Brown alta. Argentina gritó Campeón, al mando de Cesar Luis Menotti y en un emocionado gesto de algarabía y pasión, Daniel Passarella levantó la Copa.

El Monumental también fue sede de numerosos shows internacionales de música. Allí estuvieron Paul Mc Cartney, Red Hot Chili Peppers, Bon Jovi, Robbie Williams o Roger Waters. Los Rolling Stones tocaron allí doce veces. También bandas nacionales como Soda Stereo, Patricio Rey y sus redonditos de ricota, Los Fabulosos Cadillacs, entre otros.

El 11 de diciembre de 1987 hubo un hecho que quedará en la memoria de todos los argentinos, el músico inglés Sting ofreció un mega recital en donde tocó por más de dos horas, pero el hecho de mayor relevancia fue cuando al interpretar "They dance alone", invitó a las Madres de Plaza de Mayo a subir al escenario.

En 2012, volví a la cancha a acompañar a mi hija y a mi viejito, ya grande, a ver un partido. Desde que llegamos, me sorprendió el cómodo acceso a la platea a través de un moderno y amplio ascensor, que nos permitió subir hasta la General Belgrano. El estadio estaba hermoso, la cantidad de luces era incontable; el tablero electrónico que marca los goles parecía transportarme a Las Vegas.

El Monumental, imponente, fue testigo, una vez más, del abrazo fervoroso y apasionado de tres generaciones ante el grito de gol.


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