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EL POLI


Foto Fer

Al referirme al Polideportivo de Crámer y Manuela Pedraza, es casi imposible no experimentar múltiples sensaciones. Esto último se debe con total seguridad a que está ligado de manera íntima a mi familia.

Mi viejo me contaba que en sus años mozos aquella manzana le pertenecía en un cien por ciento al Club Atlético Platense, con su propio campo de fútbol también. Mi padre, orgulloso de su equipo, me aseguraba que era el único estadio del país en tener velódromo, o sea, pista para carreras de bicicletas. Su anécdota repetida e infaltable era que vio su primer cotejo sin pagar un peso. Algo lógico según su origen humilde, pero lo que llamaba la atención era la historia que se escondía detrás de esa “avivada”. Resulta que un domingo de la primera mitad del siglo XX a Platense le tocaba jugar contra Independiente y el micro de los visitantes paraba a la vuelta de la cancha local. Entonces mi papá -como era un pibe- se agarró de la mano de un afamado delantero paraguayo del rojo de Avellaneda, de manera tal que pudo entrar a la cancha como una mascota de la visita. Así y todo, el favor del jugador iba a salir más caro de lo que parecía. Independiente vapuleó a Platense y uno de los tantos lo concretó el afilado atacante guaraní, quien no se apiadó de aquel niño que soñaba con presenciar el encuentro. Un gol de cabeza que sin dudas quedaría en la memoria de mi progenitor.

Como fui alumno de una escuela primaria municipal llamada “República Dominicana”, los intercolegiales nos tocaban disputarlos en el POLI. Nuestros clásicos rivales eran: la “Pizzurno”, la “Cullen” de la calle homónima o la misma escuela, que aún hoy comparte la manzana con el predio deportivo.

Recuerdo tardes soleadas a puro fútbol o hándbol en lapsos de tiempos tan largos que nos dejaban al borde de la insolación. También el terrible pelotazo que recibí en la cara por pasar delante de un arco. Lo que ocasionó una lastimadura en una de mis rodillas, por haber caído al suelo en zona de pavimento. Lástima me daban mis limitaciones futbolísticas: yo era un eterno suplente del equipo A, en vez de ser titular en el equipo B. Como dice el tradicional refrán, “me quedaba sin el pan y sin la torta”. También me acuerdo del olor a chori o a hamburguesa para engañar al estómago en aquellas interminables maratones atléticas.

Cómo olvidar los cánticos hirientes hacia nuestros adversarios que hoy en día se considerarían más inocentes que los de FESTILINDO. También las canchas de asfalto o las que, a falta de pasto, parecían más de tierra, por no decir barro.

¡Ay, POLI! Hoy te sobran canchas de césped sintético o de cemento, pero te falta ese toque de potrero improvisado. Ahora posees pileta de natación, colonia de verano, básquet, voley y gimnasio. ¿Qué es mejor: que seas municipal y con acceso para todos o que seas privado y con todos los chiches? ¿Qué hubiera sido mejor: que siguieras siendo el club Platense o que fueses un Polideportivo con todas las letras? Igual, el “hubiera” no existe. En realidad, es sólo un deseo.


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