LA CASA QUE SONRÍE
Cuando vi el cartel, sentí pena por aquella condenada, que a la postre había sido parte de mi infancia, y más que un signo del avance del progreso, el anuncio representaba que a la fachada le habían colgado un San Benito. Una más, pensé, que desaparecerá bajo las topadoras. Una menos, que resistirá el embate de los años para integrar el uniforme paisaje de líneas rectas y cristales; todas iguales, impersonales, borrando impiadosas el carácter de un sitio.
Cuando yo era chica, Núñez era una barriada variopinta y la casa de la esquina de Vuelta de Obligado e Iberá, elegante y altiva, representaba el anhelo de lo que hubiéramos querido poseer. Una morada de dos pisos, con bellas aberturas enmarcadas en esbeltas columnas que sostenían los arcos de las ventanas de vitreaux por donde se colaba la luz en cuadraditos, salpicados aquí y allá, por manchones de colores de los blasones incluidos en los vidrios. Un pórtico macizo, puerta de roble, y a los lados de la misma, dos ventiluces a manera de mirillas, hacían que, en mi imaginación infantil, la casa me pareciera una cara que miraba con ojos sorprendidos bajo las cejas remarcadas de los arcos renacentistas.
No me pregunten por qué se me ocurren estas cosas, pero las fachadas de las casas las identifico con caras que expresan sentimientos de todo tipo, y la de la esquina era una cara seria, como si presintiera su destino.
Un día sacaron finalmente el cartel de “vendido” y para mi sorpresa, comenzaron a transformarla y a ponerla más linda. Rasquetearon las rejas castellanas, arreglaron la alegoría de antorchas enlazadas del dintel, barnizaron el roble de la puerta que pudo así lucirse en todo su esplendor y pintaron las paredes percudidas con el color del trigo. Fue tal su lucimiento que al poco tiempo y dada la proximidad del Registro Civil, las comitivas de los casamientos comenzaron a trasladarse hasta la esquina para inmortalizar su momento feliz.
Ahora es la casa más retratada del barrio.
Cuando paso a su lado la veo satisfecha, representando su rol de telón de fondo, y no sé si es porque se impregna de la alegría reinante, o tal vez porque se siente la más anciana sobreviviente de todas las familias, pero puedo jurarlo, (yo la he visto), cuando el fotógrafo anuncia: “Ahora digan chees...”, ella también sonríe.