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LIDORO

Como todos los sábados salí a caminar con la música por compañera, y sin saber cómo me encontré frente a la calle Lidoro Quinteros, que tantas veces recorrí en mi juventud. Me dije: por qué no detenerme en las cosas que alguna vez llamaron mi atención. Y así entre pianos y guitarras, comencé a verificar mis recuerdos.

Como si fuera su columna vertebral, el boulevard divide la calle en dos, con los viejos parterres reemplazados por canteros de geométrico cemento y la placita Fleming bordeada por la fuente, con sus cuatro chorros, que todavía suben y bajan de forma rítmica. Aún escucho a mis hijos ir gritando hacia los juegos coloridos.

Los árboles se yerguen con troncos gruesos, ramas altísimas y copas frondosas. Me paro frente al que siempre llamó mi atención: es el que tiene su tronco lleno de surcos, que está en la esquina de Ricchieri, asemeja una mano con los dedos extendidos hacia el cielo.

En el recorrido veo que las edificaciones se mantienen. Casas, chalets típicos de los años cincuenta, otras de construcción más moderna, con techos de pizarra, escaleras de mármol y grandes ventanales. Hay una en especial, que siempre me gustó, de típico estilo inglés y en la que vivió un conocido político de los años noventa.

A pesar del viento y lo gris del día, pareciera que la primavera no hubiese querido abandonar los jardines que exhiben flores intactas y cuidadas.

Llego finalmente a la casa que rompe con el esquema de la zona. Frente a ella siempre vienen a mi mente mis épocas de niña en la escuela, cuando preparábamos los dibujos y los actos por el día de la Independencia. Pasaron por ese lugar cafeterías, restaurantes. Actualmente es una taberna. Su fachada remeda la de la casa de Tucumán, estilo español colonial, con las dos columnas torsas y en espiral. Dos grandes macetones hacen guardia a cada lado de la puerta, por encima de ellos dos farolitos característicos de época.

Imagino que deben haber querido mantener vivo, en una pequeña parte, el origen tucumano del político, de quien lleva la calle su nombre.

Cuando llego a Avenida del Libertador y antes de retomar mi marcha, disfruto de un cafecito en “Lidoro”.


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