SAGRADA FAMILIA
El atardecer ensombrecía la calle apenas iluminada por las luces de la Clínica. Me pareció escuchar un chistido. Miré a mi alrededor sin ver a nadie. Seguí el descenso hacia Luis María Campos cuando, unos metros adelante, vislumbré a una figura que de inmediato se esfumó. No era la primera vez que percibía cosas, en otras oportunidades fueron ruidos o algo parecido a un quejido, la intriga estaba instalada.
En una tertulia con amigos comenté los hechos. De la intriga pasé a la incredulidad al escuchar a una guía turística de la ciudad, partícipe de la reunión, comenzar a relatar la historia que marcaba al lugar.
A principios del Siglo XX, un Conde italiano originario del Piamonte, había mandado a construir, sobre la barranca de José Hernández y Luis María Campos, un castillo de estilo medieval. Rodeado de un jardín se destacaba por la imponente doble escalinata que llevaba a su entrada y por los dos pisos coronados, en uno de sus costados, con una torre también de dos pisos. El pórtico estaba custodiado por dos figuras que dieron su nombre al lugar: el Castillo de los leones.
La guía comentó que el Conde había conocido, en casa de una de las familias aristocráticas de la sociedad, a una joven por la que se sintió atraído. Sin importarle que la muchacha estaba prometida le enviaba regalos, los cuales le eran devueltos. En lugar de amilanarse, su orgullo lo llevó a continuar el asedio, el cual llegó a oídos del novio. Este, sintiéndose ultrajado, lo retó a duelo, fijándose el Tigre como lugar para el desafío. Todavía recuerdo el silencio de la narradora previo a comentar lo acontecido una hora antes del duelo: el cadáver del joven apareció en las aguas del Rio de la Plata, muy cerca del lugar del encuentro. Si hubo alguien implicado en la muerte nunca se pudo comprobar, pero el comentario generalizado apuntaba a poderes sobrenaturales atribuidos al piamontés, quien continuó en su empeño de conquistar a Amalia.
Los intentos del italiano eran inútiles, el corazón de la muchacha no dejaba de penar por su amado. Esto parece que no fue tenido en cuenta por su padre, quien accedió a concertar la boda para la primavera de 1907. La imposición debió de ser dura para Amalia y su cuerpo no la soportó: unos días antes de concretarse el enlace una enfermedad la abatió. Según estaba en conocimiento de la guía, el mismo día en que debía celebrarse el matrimonio, se produjo su deceso. El cementerio de la Recoleta fue su morada final, con una bata de color celeste cubriendo su cuerpo.
Ese acontecimiento se convirtió en el inicio de varios episodios que convulsionaron a sus allegados: una de sus primas acusó al Conde de pactar con el diablo ofreciendo la vida de la joven; otros sostenían que en el cementerio, gracias a sus poderes sobrenaturales, había logrado reavivarla para convertirla en un ser a quien podía manejar a su voluntad. Esas leyendas dieron lugar a comentarios que sostenían haberla visto, siempre sola y vestida de celeste, deambular por los jardines del palacio. Algunos agregaban que hasta podía aparecer en la vereda. Los rumores complementaban la historia afirmando que lamentos y quejidos, partían del interior de la vivienda. Estas especulaciones habrían llegado a oídos de la familia de la joven, quienes decidieron abrir el féretro: estaba vacío. El horror se instaló en ellos, mas ninguna denuncia pudo prosperar ante la falta de evidencias. Lo que sí se produjo fue la detención del Conde en la Penitenciaría Nacional, de la cual escapó sin que se pudiera determinar cómo, ni tampoco conocer su paradero posterior.
Todo fue comentado por la guía de turismo, quien al hacerlo daba lugar a los hechos. Según sabía, a los pocos años de esos sucesos, el castillo fue a subasta y el nuevo propietario fue un descendiente de quién estableció el primer tranvía en la ciudad.
Ante este hecho concreto la curiosidad me llevó a indagar. Los Lacroze vivieron muy poco tiempo en el castillo. Sin comentar motivo alguno se mudaron y mandaron a tapiar la propiedad que permaneció así durante casi treinta años. El dueño se negaba a su venta, hasta que recién en 1941, sus herederos decidieron desprenderse de las ruinas. Eso dio lugar a un desarrollo edilicio en el barrio y la Clínica de la Sagrada Familia se irguió sobre la calle José Hernández. A pesar del urbanismo, la creencia popular hacía que se evitara pasar por la zona, en especial en horas nocturnas, ya que sostenían ver a la dama vestida de celeste y escuchar lamentos.
El tiempo transcurrió, la leyenda ya ni se recuerda. Por conocer la historia, cuando tengo que pasar por esa esquina, el estremecimiento me gana y mis pasos se hacen cada vez más rápidos.