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SARMIENTO SIGUE VIVIENDO EN BELGRANO

Como habitante del barrio de Belgrano, me gusta caminar y perderme por las calles silenciosas y arboladas que aún quedan. Con el correr del tiempo, surgieron altos edificios, sin reparar en los árboles, que cayeron vencidos y derribados ante la indiferencia del progreso. A pesar del cemento, el espíritu y el encanto del barrio se recupera a través de su cultura, poesía e historia, aunque ya no tengamos la nostalgia de los patios, y los caserones de tejas. Varios artistas nos dejaron un legado a través de sus pinturas, en los patios con geranios o los románticos balcones con alguna niña quinceañera asomada.

Mientras leía un ejemplar del “Diario del viajero”, me atrapó un artículo: “Sarmiento vive en Belgrano”. No pude sustraerme ante el título, era como una invitación a conocer su casa. Aunque lo había visitado años atrás, me pareció importante volver a ir, para recordar el proyecto de país que él quería. Por la avenida Juramento, fui camino al museo. El otoño, con una gama de ocres y naranjas tapizaba las veredas.

Es imposible evitar el clima mágico que se respira, en especial en los edificios antiguos y conservados, donde rescatan del olvido las raíces de nuestra historia.

Crucé por la plaza de árboles frondosos, dejé atrás a “La Redonda”, enmarcada por los jacarandáes y alguna que otra casona que sigue en pie, desafiante y firme. Admiré la feria de artesanos instalada en esta plaza, que da la bienvenida a la alegría y al encuentro con el público que la visita.

El edificio que alberga al Museo Histórico Sarmiento está entre los más antiguos del barrio. Fue construido en el año 1872 para que funcionara la Municipalidad del Pueblo de Belgrano, y en una época posterior como Congreso de la Nación. La obra, es un claro exponente del neo-renacimiento italiano. El museo se inauguró en ocasión del cincuentenario de la muerte de Sarmiento como homenaje al prócer, un 11 de septiembre de 1938.

Al recorrer sus salas accedí al relato histórico de su vida. A través de las vitrinas volví a apreciar sus objetos personales, libros, documentos y fotos. Allí recordé su infancia en San Juan, sus años como periodista y educador, y su exilio. Hasta mis oídos llegaron lejanas las estrofas del himno al Maestro, y que aún hoy me emocionan: “Fue la lucha tu vida y tu elemento…”.

Al observar otra sala, también me enterneció la manta tejida por su madre y que él usaba sobre la cama.

La primera vez que fui a ese lugar, lo que más me gustó y me sigue gustando, es el retrato de Sarmiento que se encuentra a la entrada del museo, y que Eugenia Belín pintó. Dicen que ese óleo fue el único para el que el maestro posó. Además de ser la más fiel pintura conocida, pienso que cualquiera de nosotros la vio alguna vez en la recordada Billiken. Desde ese lugar y con su mirada inquisidora parecería que percibe al público que lo visita, que vigila como un guardián sus medallas y condecoraciones. A la izquierda de Sarmiento, pasillo por medio, de soslayo, desde un retrato al óleo lo observa Facundo; recuerdo la sensación que me produjo esa mirada de Quiroga, audaz y temeraria. Si cobraran vida ¿Qué se dirían?

Quizá cuando el silencio y las sombras envuelven al museo, salgan de los cuadros y parados frente a frente se den la mano, atravesando dos siglos de distancia, donde los extremos siempre se tocan.


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