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WATSON

Una parte de la historia del barrio de Belgrano sigue vigente sin que los asiduos paseantes tengan idea de su origen.

La “W” roja resalta en el vidrio superior, sobre el toldo verde que da sombra a la puerta de acceso al restaurante, a cuyos costados los maceteros ofrecen sus flores. Los ladrillos a la vista remiten a su construcción, atravesando la “W” se lee la palabra Watson y casi desdibujada “Casa”.

La memoria vuelve a muchos años atrás, a la primera vez que traspuse la arcada y al amparo de la recova de ladrillos a la vista disfruté de la tranquilidad del lugar. El asombro posterior al descubrir la antigüedad y anchura de los muros, la sorpresa al encontrar -ese mismo día- un artículo sobre el primer hotel inaugurado en Belgrano en la segunda mitad del Siglo XIX. Watson había sido el inglés visionario que construyó el hotel, el más importante en ese enclave considerado veraniego por esos entonces, antes de erigirse al lado la Iglesia de la Inmaculada Concepción, o mejor dicho “La Redonda”.

El hotel fue protagonista de sucesos variados: a poco de inaugurarse, el médico español, Vicente Castañeda pasó a ser uno de sus huéspedes. Corría el año 1878 cuando una pareja joven, oriunda de Alemania coincidió con el facultativo. La mujer mostraba un embarazo avanzado. Lo impredecible se hizo realidad cuando el padre de la criatura apareció en el lugar. Los tres habían arribado al país poco antes, con un contingente de la misma nacionalidad. A los días, la mujer dejó el Hotel de Inmigrantes y junto a su amante, se dirigió hacia las afueras de la ciudad. Al verse descubiertos la tragedia tomó protagonismo. El amante, fuera de la vista del marido, accionó el revólver: el primer tiro fue a ella y luego él se suicidó. La reacción del doctor Castañeda fue inmediata, priorizar la vida, aunque fue en vano, el bebé no logró sobrevivir a la cesárea.

Poco después, allá por 1880, Avellaneda, Sarmiento y otros más se alojaron en él cuando, en el enfrentamiento entre Provincia y Nación, se fijó a Belgrano como Capital Nacional. Es probable que subieran al mirador para otear la llegada de diligencias que trajeran novedades de la Ciudad. Sólo unos cinco años más tarde, otro acontecimiento, esta vez de carácter social, lo convirtió en referente: la creación del Club Unión. A través de la escalera caracol, de peldaños estrechos, se accedía al primer piso donde unos salones daban cobijo a las actividades. En el interno, las mesas de billar convocaban a los hombres, a la par que otros salones más pequeños eran escenarios de disputas de truco y juegos de mesa. Mientras funcionó, el Club era un referente en la zona.

El Siglo XX fue testigo del desarrollo barrial y también del ocaso de varios de sus edificios señeros; entre ellos el Hotel Watson, cerrado en fecha incierta. Lo que sí se sabe es que en su planta baja se asentaron locales comerciales, mientras los altos dieron lugar a viviendas y consultorios. Así fue hasta, que transformado en conventillo, la demolición dio cuenta de él, en un año significativo para el país: 1976. Mientras el primer piso desapareció, los arcos de la recova y algunas paredes de la planta baja fueron afortunados. Cuando provocaron mi asombro, el restaurante recibía el nombre de Marco Polo. Ahora, gracias a quien tuvo la lucidez de homenajear al responsable de esas sólidas estructuras, su fachada ofrece en el vidrio superior de la entrada la “W” roja con el nombre Watson y la casi imperceptible acotación “Casa”, palabras que es probable no tengan significado para los miles que transitan por esa emblemática esquina de Juramento y Vuelta de Obligado.


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